La postmodernidad como desgracia

La postmodernidad es un acontecimiento histórico que no puede contentar a nadie: Es un híbrido, su padre y su madre son enemigos naturales y, en líneas generales, puede decirse que ha heredado lo peor de cada uno de ellos. Pero es lo que hay. Como una maldición de los dioses antes de desaparecer en el siglo XX, la postmodernidad nos define, nos conforma y nos completa.No podemos ignorarla, ni superarla ni transformarla. Tenemos que vivir -o al menos coexistir- con ella.

Una de las grandes transformaciones (por llamarla de alguna forma) de la postmodernidad, es la que afecta a todos los individuos que vivimos en ella. Y no me refiero al hecho de que en nuestras sociedades hay una gran variedad de individuos: Ricos y pobres; cultos e incultos; viejos y jóvenes…etc… Creo que esa variedad está compuesta por árboles que no nos dejan ver el bosque.

En las sociedades tradicionales (todas las que han existido hasta el siglo XIX), las que conformaron el denominado Antiguo Régimen, sólo había dos tipos de individuos: Los orales y los abstractos.

Los individuos orales eran la mayoría de esas sociedades tradicionales. Es decir, los individuos analfabetos o con una práctica puramente funcional de la lectoescritura. Los abstractos eran un reducido grupo formado por burócratas, altos funcionarios, monjes y contados intelectuales. Es decir, aquellos que tenían en la lectoescritura su ocupación diferenciadora.

Durante el siglo XIX, los paises que protagonizaron la industrialización fueron desarrollando paralelamente sistemas educativos centrados en la lectoescritura. Esta tendencia culminó en el siglo XX con lo que se suele denominar “la revolución de la escritura”. Con ello, las sociedades que habían vivido la primera revolución industrial

 

Frente a la modernidad los orales sólo pueden poner su paciencia y su capacidad de resistencia; los abstractos tienen que aceptar lo que ellos consideran más desagradable y antipático. Sólo los postmodernos podrían (al fin y al cabo el gusto no es cosa suya) aceptar sus características y sus aspectos positivos, que los tiene.